El otro día estaba limpiando el sótano de mis papás y me topé con una caja llena de fichas de arcade que había coleccionado cuando era niño. No sé por qué, pero me quedé ahí como diez minutos solo mirándolas y recordando esas tardes infinitas en el arcade del centro comercial.
¿Saben qué? Creo que los juegos clásicos de arcade tenían algo que muchos juegos actuales han perdido completamente. Y no, no es nostalgia barata lo que estoy sintiendo.
La primera vez que jugué Pac-Man tenía como ocho años, y recuerdo perfecto esa sensación de "¡solo una partida más!" que te mantenía pegado a la máquina hasta que se te acababan las monedas. Era pura adicción, pero de la buena. El juego te explicaba sus reglas en treinta segundos: come puntos, evita fantasmas, usa power-ups. Punto. No necesitabas un tutorial de dos horas ni leer un manual de 50 páginas para entender qué diablos estabas haciendo.
Pues resulta que esa simplicidad era genial, y la verdad es que extraño eso un montón. Los desarrolladores de esa época tenían que ser creativos con muy pocas herramientas. No podían depender de gráficos espectaculares o historias súper elaboradas, así que se enfocaban en lo único que importa: que el gameplay fuera absolutamente adictivo.
Street Fighter II cambió mi vida, y no exagero. Pasé literalmente meses practicando los movimientos especiales de Ryu hasta que los podía hacer con los ojos cerrados. Hadoken, Shoryuken, Tatsumaki... cada comando tenía su timing perfecto, y cuando finalmente lograbas hacer un combo decente, se sentía como si hubieras conquistado el mundo. Ahora los juegos te dan todo masticadito desde el primer minuto.
Lo que más me fascina de esos juegos es cómo lograban crear personalidad con tan pocos píxeles. Fíjense en Donkey Kong: con gráficos súper básicos te contaba toda una historia. Mario (que todavía se llamaba Jumpman, por cierto) tenía que rescatar a Pauline del gorila malvado, y cada nivel te mostraba perfectamente qué necesitabas hacer. Sin diálogos, sin cutscenes, sin nada. Solo gameplay puro y duro.
La competencia en los arcades era otra cosa también. No había matchmaking online ni rankings globales, pero cuando alguien ponía sus iniciales en el high score, todo el mundo lo sabía. Era tu reputación local la que estaba en juego. Recuerdo a un chavo en mi arcade que era una leyenda en Galaga, y todos nos quedábamos viendo cuando jugaba porque hacía cosas que parecían imposibles.
Bueno, y ni hablar de la experiencia social. Los juegos actuales te conectan con gente de todo el mundo, sí, pero ¿cuándo fue la última vez que realmente hiciste un amigo jugando online? En los arcades conocías a la gente, platicabas entre partidas, te prestaban monedas cuando se te acababan. Era una comunidad real, no avatares en una pantalla.
La verdad es que últimamente he estado jugando algunas compilaciones retro en mi Switch, y me sorprende lo bien que han envejecido estos juegos. Tetris sigue siendo perfecto después de más de 30 años. Space Invaders todavía te pone los nervios de punta cuando los aliens se aceleran. Y no necesitan parches, DLCs ni actualizaciones constantes para funcionar.
¿Creen que los desarrolladores actuales podrían aprender algo de esta época? Yo creo que sí. A veces menos es más, y esos juegos son la prueba perfecta. No necesitaban mundos abiertos de 100 horas ni historias dignas de Hollywood. Solo necesitaban ser divertidos desde el primer segundo hasta el último.
La próxima vez que vayan a un arcade retro o descarguen alguno de estos clásicos, tómense un momento para apreciar esa magia. Porque aunque la tecnología haya avanzado una barbaridad, la diversión pura y simple nunca va a pasar de moda.